Hace casi una decada me dejé llevar por la brisa perfumada que escapaba de entre unas enormes puertas de cristal. Cuando el sonriente hombrecillo de traje y corbata me dio las buenas tardes, mi curiosidad se transformó en fascinación y entonces me sentí atrapado por algo mágico, cautivador, interesante y fascinante.
Así me sentí la primera vez que mis zapatos desgastados de andar pisaron una tienda Prada.
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